¿Hacia dónde va la guerra de Ucrania?

Ucrania

Elena Labrado Calera
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EFE/EPA/ROMAN PILIPEY

José Ángel López Jiménez, Universidad Pontificia Comillas

Tras seis meses de destrucción y terror en Ucrania, consecuencia de una agresión planificada y diseñada por Putin, seguimos sin tener certezas sobre los objetivos finales irrenunciables que necesitan ser alcanzados por el Kremlin para detener la ofensiva militar.

“Hasta dónde” y “hasta cuándo” son las principales incógnitas en este momento del conflicto. La atención informativa sobre la evolución de la contienda ha descendido y la mayoría de los poco especializados “analistas” han abandonado el mantra sostenido desde los primeros días en torno a la pérdida de la guerra por parte de Rusia. Confundir deseos con realidades no es muy profesional. Por ello, es el momento de los militares y sus explicaciones sobre las estrategias utilizadas, así como los objetivos aparentes de conquista.

Una imagen que muestra la destrucción en la ciudad ucraniana de Odesa debido a la guerra.

The Focal Project / Flickr, CC BY-NC

El Donbás y las fronteras

Parece claro que el control total del Donbás es prioritario. Con independencia de los ataques indiscriminados a otras ciudades externas al foco central del conflicto –como Kiev u Odesa–, la política de devastar para reconstruir, repoblar e integrar en Rusia –directa o indirectamente– estos territorios es firme y decidida. La evacuación obligatoria decretada por Zelenski de las zonas aún no controladas por las tropas rusas en Donetsk anticipa una resistencia militar ucraniana en una región devastada. La población no tiene ya suministro de gas y esto anuncia un escenario invernal insufrible.

A partir de un potencial control de los dos oblast del Donbás, ¿frenará Rusia la agresión para asegurarse el control de lo ya conquistado?

Son regiones ricas en materias primas industriales y geoestratégicamente esenciales para el Kremlin (mar de Azov y salida al mar Negro) que podrían ser ampliadas territorialmente hacia el río Dniéper. Esto haría que se estableciese un nuevo limes de forma similar a lo ya realizado en Moldavia hace treinta años con el río Dniéster y el enclave secesionista de Transnistria. El conflicto militar desarrollado entre los meses de marzo y julio de 1992 acabó por consolidar un Estado de facto prorruso que se mantiene en la actualidad. La celebración de referéndums de autodeterminación –completamente ilegales– en los dos oblast del Donbás sancionaría el estatus final (independencia o unión con Rusia, como Crimea).

Una posibilidad mucho más ambiciosa geopolíticamente, pero de un enorme coste militar para Moscú, sería la ampliación de las operaciones a Odesa para conectar todo el corredor este-sur de Ucrania –con Crimea– y cortocircuitar la salida al mar de Kiev. De esta forma, Rusia controlaría todas las fronteras de su vecino, incluyendo el norte con el colaboracionista Lukashenko y el oeste parcialmente, desde la mencionada Transnistria con el XIV Ejército ruso allí establecido. Sería la consolidación del viejo proyecto de Novorrósiya.

Reacción internacional

Más allá del análisis de las diversas posibilidades barajadas –que podrían variar en función del éxito o del fracaso de las operaciones militares–, parece que Putin está logrando algunos avances parciales en su agenda internacional. De momento, las sanciones de la UE no están ofreciendo los resultados esperados. Más bien parece que Bruselas y Berlín están pagando la falta de previsión histórica por amortiguar la extrema dependencia energética de Moscú.

Lejos de tomar nota hace quince años de la intervención de Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007 y de la posterior intervención militar en Georgia, Alemania activó el Nord Stream 2. Sin embargo, Rusia sí ha estado buscando nuevos mercados para su gas desde hace años, especialmente con China.

La UE acaba de dar luz verde a las candidaturas de las tres repúblicas con las que mantiene acuerdos de asociación en el espacio postsoviético (Ucrania, Moldavia y Georgia) y que tienen contenciosos secesionistas apoyados y/o creados por la política exterior intervencionista del Kremlin en lo que considera su esfera de interés vital. Es decir, su integridad territorial está quebrada y mantienen territorios bajo control ruso.

Las disensiones internas entre Estados pueden acentuarse en el seno de la UE. A la reticente Hungría de Orbán –que mantiene buenas relaciones con Putin– se pueden unir nuevos estados como Italia después de las próximas elecciones tras la caída de Mario Draghi. La sombra de las conexiones entre Moscú y los populismos de extrema derecha en Europa parecen evidentes.

A modo de advertencia, el vídeo promocional de Rusia que invita a trasladarse a residir en su territorio (energía barata, mujeres bonitas, economía a prueba de sanciones, hospitalidad, tierra fértil, cristianismo, respeto a los valores y culturas) avisa en estos términos: “Winter is coming (el invierno llega)”, recordando Juego de Tronos.

El escenario futuro

No hay mucho más que añadir, aunque parece que la guerra de desgaste y el tiempo –de momento– juegan a favor de Putin. Su referencia a Pedro el Grande y sus largos conflictos bélicos son recurrentes, lo que no resulta nada tranquilizador.

La resiliencia de las sociedades democráticas europeas se va a poner a prueba con las consecuencias de la crisis económica y el déficit energético. Mientras tanto, la sociedad rusa está sometida a un férreo control en el que las disensiones con el régimen son perseguidas.

Una cronificación potencial de la contienda –o bien la conversión en un nuevo conflicto congelado– sin la consecución de una solución político-diplomática, que en estos momentos parece altamente improbable, podría convertir a Ucrania en un Estado semi-fallido, o en el nuevo Chipre de la UE.

El régimen de Putin no ofrece fisuras político-sociales internas, por el momento. Convertido en el apestado de Occidente, trata, sin embargo, de abanderar una oposición frontal al orden internacional liberal, y no está solo. China podría ser la palanca alternativa que intentase frenar la agresión si, como parece, se desencadenase una importante recesión mundial y el comercio se viese muy afectado –que es la principal preocupación de Pekín–. No parece el mejor momento para encender la mecha de nuevos conflictos potenciales, como por ejemplo el de Taiwán.

Este orden “multiplex” emergente con la aparición de nuevos actores no solo estatales empieza a tejer nuevas alianzas de interés (Turquía entre la OTAN y la UE y Rusia, o la propia UE y Estados Unidos con los regímenes de Arabia, Qatar o Emiratos, o el reciente encuentro en Teherán entre Putin, Erdogán y Jamenei). Por su parte, el Kremlin intenta recoger el testigo de la extinta Unión Soviética en algunos Estados de África como alternativa a Occidente. El Acuerdo con Ucrania para poder dar salida a los cereales desde Odesa se vende por Putin en clave humanitaria.

El pulso se sostendrá en el tiempo hasta que Putin decida pulsar el botón de stop, o aparezcan nuevos factores en la escena que –por el momento– no se vislumbran. Mientras tanto, la víctima es Ucrania. La defensa de su identidad nacional sale reforzada, rompiendo los vínculos históricos con Rusia, pero con un terrible coste en vidas, así como en pérdidas territoriales y materiales.

José Ángel López Jiménez, Profesor de Derecho Internacional Público, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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