25 años de la muerte de Diana de Gales, la princesa "que no obedeció"

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Elena Garcia Fermosel
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Diana de Gales fue la mujer más fotografiada por la prensa. Su último verano en la Costa Azul y Córcega fue un caramelo para los paparazzi que hicieron el agosto con las instantáneas de la princesa de Gales, antes de iniciar una carrera mortífera en París en la que Lady Di perdió la vida.

Cuando se cumplen 25 años de la muerte de la princesa del pueblo, el rastro del cariño que muchos ciudadanos sintieron por ella se deja ver en los alrededores del lugar en el que murió, el túnel que une la Plaza de la Concordia con el Puente del Alma.

Allí se concentran estos días turistas y admiradores de la princesa, donde han dejado fotografías, flores y mensajes de recuerdo de una intensa vida marcada por el desamor, la persecución mediática y la tragedia.

Diana de Gales fue la primera mujer de la realeza británica que omitió la palabra "obedeceré" en sus votos matrimoniales, al casarse con el príncipe Carlos. Su ejemplo, en esa y otras muchas cuestiones, dejó una huella imborrable y cambió la monarquía para siempre.

La "princesa del pueblo", un apelativo que acuñó el ex primer ministro Tony Blair, conquistó a los británicos con su carácter cercano y revolucionó a los Windsor con su rechazo a regirse por anquilosadas costumbres cultivadas durante siglos.

Cambió costumbres de la realeza

Eligió dar a luz en un hospital, en lugar de hacerlo en casa, como mandaba el protocolo a las princesas, y envió a sus hijos Guillermo y Enrique al colegio, en lugar de educarlos con instructores particulares, para que estuvieran integrados en la sociedad desde la primera infancia.

Tampoco aceptó la norma que prohibía a su primogénito viajar junto a sus padres para evitar romper la línea de sucesión al trono en caso de accidente, y en diversas ocasiones Guillermo pudo volar con ella y el príncipe Carlos.

Si en vida revitalizó la imagen y la popularidad de la monarquía en el Reino Unido, su muerte, con solo 36 años, se convirtió en una catarsis nacional que forzó a la familia real a cambiar la relación que mantenía con los ciudadanos británicos.

En los días posteriores al trágico accidente que acabó con su vida, el 31 de agosto de 1997, cuando miles de personas lloraban su desaparición a las puertas del Palacio de Kensington, en Londres, la reina Isabel II permaneció inescrutable en su residencia vacacional de Balmoral, en Escocia.

Más tarde explicó que la prioridad en aquellos primeros momentos de conmoción fue proteger a Guillermo y Enrique, en lugar de hacer apariciones públicas, pero aún así muchos británicos no comprendieron su aparente frialdad ante el luctuoso suceso.

Isabel II ofreció el primer mensaje televisado en directo de su vida, una alocución de tres minutos en la que describió a Diana como "un ser humano excepcional" y dotó su discurso de un desacostumbrado tono emocional.

Aquel viraje no tuvo vuelta atrás. La familia real adoptó desde entonces un estilo más mundano, comenzaron a mostrarse más vulnerables ante la opinión pública y más accesibles para los ciudadanos. En definitiva, se vieron arrastrados a adoptar las formas modernas con las que Diana había seducido a los británicos y el mundo entero.

Teorías conspirativas por su muerte

Un cuarto de siglo después de la muerte de Diana de Gales, las teorías conspirativas siguen alimentando mitos como que la princesa fue asesinada o que la familia real británica estuvo implicada, a pesar de que las investigaciones oficiales mantienen que falleció en un accidente de coche en París.

Así lo confirmó finalmente en 2008 la pesquisa judicial británica sobre la muerte de Lady Di, de 36 años, y su novio Dodi al Fayed, de 42, al concluir que la tragedia se debió a un homicidio por imprudencia.

La culpa recayó, según las pruebas recabadas por la policía, en Henri Paul, el conductor del Mercedes que se estrelló en el Puente del Alma de París en la noche del 30 de agosto de 1997, cuando el vehículo era perseguido por un grupo de fotógrafos a la caza de la valiosa instantánea de la entonces mujer más famosa del mundo.

Guillermo Ximenis/EFE

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