EEUU: El asedio al Capitolio, ¿los rescoldos del trumpismo?

Asalto al Capitolio

Elena Labrado Calera
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Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha y Francisco Rodríguez-Jiménez, Universidad de Salamanca

Centenares de estadounidenses asaltando el ‘templo sagrado’ de la democracia más longeva del mundo. Cuesta pensar en un guión más impactante. La realidad que supera la ficción. Las imágenes del asedio al Capitolio han entrado con fuerza en los libros de Historia.

La irrupción de partidarios de Donald Trump con el ánimo expreso de entorpecer y vilipendiar el traspaso pacífico de poderes es una pésima noticia. Porque la democracia liberal precisa de procedimientos y valores. Los primeros sirven para codificar la regulación entre ganadores y perdedores de los comicios, de modo que no haya disputa violenta tras cada ciclo electoral; mientras que los segundos salvaguardan la pluralidad que habita en cada sociedad. Sin procedimientos ni valores, los cimientos de la democracia se tambalean.

Los manifestantes del 6 de enero procuraron doblegar ambas dimensiones para defender a su candidato. Una suerte de nombramiento por aclamación que anulase la elección de Biden & Harris.

En estos cuatro años el Trumpismo ha sido un ‘presidencialismo-apura-frenada’, forzando los límites de la normativa en no pocas ocasiones; o en términos más eruditos: erga omnes, ‘frente a todos’, transitando una senda con algunas semejanzas con las teorías políticas de Carl Schmitt. El pensador de referencia del nazismo planteaba que los hechos políticos someten la voluntad jurídica; y, por tanto, no interesa la certificación de votos en el colegio electoral, ni la ausencia de pruebas de fraude electoral. El hecho jurídico de la nominación de Joe Biden se deslegitima ante la batucada de los exhibicionistas disfrazados de The Village People.

Manifestantes en el interior del Capitolio se encaran con la policía. Washington, 6 de enero de 2021.

Shutterstock / Alex Gakos

La decadencia de la acción parlamentaria afecta a la esencia del Partido Republicano, cuyos líderes, salvo unas pocas excepciones, han plegado velas en torno al vendaval trumpiano. Hace tiempo que la prestigiosa columnista Anne Applebaum alertó al respecto. ¿Dónde están las voces críticas republicanas contra el presidente más excéntricos de cuantos han sido? ¿Qué fue de los pocos que, recién elegido Trump, amagaron con oponerse al presidente de las medias verdades? Applebaum traza una interesante comparación. Coteja lo ocurrido en varias dictaduras totalitarias con lo sucedido en el partido republicano, donde parece que prevaleció aquello de ‘Quien se mueva, no sale en la foto’…

Así las cosas, el partido de la ley y el orden parecía invernado, cautivo y desarmado ante la omnipresencia trumpiana; y sin evaluar los daños de una presidencia, cuando menos singular. El esperpento schmittiano aspira a crear una dictadura soberana, un régimen político que no se debe al pasado, ni a la tradición, como tampoco respeta los anclajes institucionales que dan continuidad al proceso político.

La magnitud del seísmo contra los pilares de la democracia estadounidense, cuyo legado intelectual anticipamos hace unos meses, es elevada. Es probable que el Trumpismo no sea flor efímera; incluso hay quien señala que Ivanka Trump tomará el relevo. Por lo pronto, la sociedad estadounidense se enfrenta a tres grandes retos políticos para superar las tres P del presidente saliente. A saber, polarización, provocación y protesta.

América, dividida

Cuando el 45% de los votantes republicanos aprueba el asalto al Capitolio, la política parece haberse convertido en trinchera para la confrontación. Si los violentos del 6 de enero son “manifestantes” o “patriotas”, se ha perdido la batalla interna. La convivencia se agota y se observan brechas entre republicanos y demócratas, entre urbanitas y ciudadanos de las zonas rurales (hillbiliers), entre minorías y la mayoría tradicional blanca.

La erosión del sistema político se observa en numerosas democracias, cuyas opiniones públicas flirtean con fórmulas no democráticas de gobierno. La cosa viene de lejos. Por supuesto no empezó con Trump, que es más bien síntoma que causa. En 1997, Fareed Zakaria ponía el dedo en la llaga. Un viento de autoritarismo que lleva por tanto décadas en circulación, con personajes tan alejados de los cánones democráticos como Putin en Rusia o Xi Jinping en China. Esto no significa una vuelta a las dictaduras, pero sí una primavera de presidencialismos hormonados, apura-frenada, con su correspondiente “legislación motorizada”, sin contrapesos parlamentarios o institucionales, en sintonía con el pensamiento schmittiano.

Las democracias se sustentan en narrativas constituyentes, con grados variables de mistificación del pasado; y por supuesto necesitan de ritos, de protocolos. La forma y el fondo. Monta tanto. La llegada del Mayflower y el 4 de Julio, la Guerra Civil y el asesinato de Lincoln o el desembarco de Normandía nutren la memoria colectiva de la sociedad estadounidense. Más recientemente, otros colectivos reclaman su espacio en la construcción de esa memoria oficial, siendo las reclamaciones de Black Lives Matter las más conocidas.

Por su parte, los ritos dan sentido de continuidad y favorecen los proyectos de largo plazo. Si se confirma que Trump no asiste al ritual de traspaso de poderes del próximo 20 de enero, ¿qué rol puede desempeñar en la política estadounidense? ¿Estará cuatro años como jefe de la oposición, figura que no existe en la tradición política estadounidense? Sin una salida ritual –dado que Trump no ha reconocido explícitamente su derrota–, será más complicado sellar la conciliación y restablecer el entendimiento entre los estadounidenses.

El Presidente Trump representado en una bandera de EE.UU. durante el asalto de sus partidarios al Capitolio. Washington, 6 de enero de 2021.

Shutterstock / Alex Gakos

El prestigio internacional

El troleo de las cuentas de Twitter gestionado por las cancillerías de Turquía, Rusia o Venezuela ante el asalto demuestran el efecto nocivo que procura la violencia política. Leña al fuego para la narrativa de una democracia estadounidense débil, que tiene graves problemas. Sin un sistema legitimado por sus propios ciudadanos, el Poder Blando de Estados Unidos se debilita. ¿Quién querrá sentarse junto a un presidente que desprecia sus instituciones?

Estos tres ejes políticos vertebrarán la política de la nueva administración Biden-Harris, que no se limita a la recuperación económica post-Covid o la respuesta ante la pujanza china. Sin una sociedad estadounidense fuerte y cohesionada, puede que el comienzo del fin del ‘Siglo americano’ se feche el 6 de enero de 2021, como apunta Richard Haas.

Juan Luis Manfredi, Profesor titular de Periodismo y Estudios Internacionales, Universidad de Castilla-La Mancha y Francisco Rodríguez-Jiménez, Relaciones Internacionales y Didáctica de la Historia en la UNEX y co-director del think tank en Global Studies, Universidad de Salamanca

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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