Diplomacia frente a propaganda en la crisis de Ucrania: la importancia de hacer concesiones

La crisis de Ucrania

Ana Calero
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Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha

La virtud de la diplomacia consiste en la capacidad para cambiar el curso de los acontecimientos que parecen imparables y permitir que otras opciones se mantengan sobre la mesa.

En la introducción a su maravilloso Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, el profesor Chris Clark nos recuerda que en historia, relaciones internacionales, estudios militares o estratégicos no podemos quedarnos solo en la búsqueda de las causas, porque la propaganda crea una narrativa, un universo de argumentos y un punto de no retorno.

Cada actor considera que su razón está bien estructurada, sigue un procedimiento lógico y plantea reclamaciones justificadas. Se va a la guerra porque se tiene razón y no se tiene más remedio. Se agota el espacio diplomático porque se tiene una idea preconcebida y una decisión tomada. Clark apunta que estos análisis son insuficientes. Debemos plantearnos también el cómo, el camino elegido por cada actor para conducirse hacia el conflicto.

Ahí radica la metáfora del sonámbulo: unos y otros creen que la suerte está echada y no cabe otra que iniciar la batalla. Ojalá despertemos a tiempo para evitar que, al despertar, descubramos que la guerra, efectivamente, ya había comenzado. Porque, de hecho, así es. Acumula alrededor de 14 000 muertos una república de Ucrania debilitada por la anexión de Crimea y la inestabilidad política del Donbass. Antes de que el conflicto escale, la diplomacia aún jugará un papel fundamental para las conversaciones fuera del foco mediático, la búsqueda de soluciones (menos) malas y la búsqueda de concesiones recíprocas. Se identifican tres ejes de trabajo diplomático para la desescalada que conciertan las acciones disuasorias con el avance efectivo de la negociación.

La disuasión de naturaleza económica, como las sanciones y las barreras al comercio internacional, persigue que las elites rusas se revuelvan contra su Gobierno y presionen para aminorar las pretensiones. Sin embargo, la economía opera en un sistema abierto y Rusia tomaría contramedidas. Las consecuencias del bloqueo a Nord Stream 2 serían terribles en el seno de la Unión Europea: ralentización de la economía, desempleo, inflación, subida del precio de las energías.

La posición de EE. UU.

Alemania no apoya esta senda porque sería la primera potencia damnificada, es inversora neta en el proyecto y mantiene buenas relaciones comerciales con Rusia. La inteligencia estadounidense apuesta por esta vía porque no pagará la factura de un gas y un petróleo disparado. Reducir la dependencia energética, recién estrenado el nuevo canal de gas ruso, es una apuesta a muy largo plazo.

La disuasión militar tiene otra finalidad. Si Rusia inicia una ofensiva, Estados Unidos tendría que responder para mantener vivo su discurso de actor global con capacidad de influencia en varios frentes. A pesar de que Ucrania no es miembro de la OTAN, se podría construir un argumento favorable para la intervención y la ayuda militar.

La escalada sería rápida con miles de muertos en pocas semanas y una peor situación para la negociación política. Las guerras actuales tienen contornos más imprecisos y no se acaban con un tratado de paz en Versalles. La disuasión, pues, sirve para desincentivar a las partes y buscar la solución política. Por eso, el juego de propaganda se alimenta cada día: trenes rusos, movilización, ejercicios sobre el terreno y otras acciones para ser narradas y compartidas en medios audiovisuales.

Los peligros de la propaganda

La propaganda recuerda al otro que se tiene capacidad para la coerción y sirve para que “los nuestros” compartan una agenda de preocupaciones. Mi recomendación: en ausencia de periodistas sobre el terreno, desconfíen de vídeos institucionales.

El tercer ámbito es el institucional. La jugada diplomática se juega en dos tableros. La Unión Europea aspira a tener una voz propia, pero los Estados miembros no acompañan la brújula estratégica de medios y recursos militares. Al contrario, la división interna dificulta la proyección de una política exterior sólida.

Alemania es la potencia reticente, en acertada metáfora de Pilar Requena, más aún cuando afecta a los suministros energéticos. Francia quiere liderar una nueva Europa y, de paso, fortalecer su industria militar. Juntos, aún en el Cuarteto de Normandía, la voz europea se diluye. Italia y España se contentan con un segundo plano internacional, mientras que Polonia defiende una línea dura de vecindad. Hungría no desaprovecha la oportunidad para desacreditar a las instituciones comunitarias y la unidad de acción.

En el tablero de la OTAN, el nuevo concepto estratégico que se aprobará en Madrid en junio de 2022 tiene que definir líneas de acción política y militar para la próxima década. Europa Oriental es la piedra de toque de la arquitectura de seguridad y la defensa de los valores liberales. Si acepta el planteamiento de una nueva conferencia de Yalta, unas esferas de influencia y una soberanía limitada, a la manera rusa, China tendrá el camino expedito para defender esas mismas posiciones. Por eso, habrá que atender algunas peticiones rusas sobre despliegue militar y evitar que expanda su poder político por la vía de los hechos. No será fácil encontrar un punto de equilibrio.

En suma, la diplomacia vuelve a donde estaba. En estas semanas de incertidumbre, conviene revisar los acuerdos de Minsk II, porque presentan concesiones políticas ajustadas a los intereses de las partes, dar relevancia a los intereses de los ucranianos y favorecer la estabilidad en la región. Casi nada. Porque la diplomacia consiste en encontrar fórmulas para la convivencia, no para dibujar un orden global perfecto. Ojalá estemos a tiempo.

Juan Luis Manfredi, Prince of Asturias Distinguished Professor @Georgetown, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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