Herrera de la Mancha, fin de una etapa

CARCEL HERRERA DE LA MANCHA

David Centellas Navas
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Herrera de la Mancha (Manzanares, Ciudad Real) fue la primera cárcel de máxima seguridad que se construyó en España. Inaugurada en plena Transición, los primeros presos serían comunes pero muy pronto sus celdas se llenaron de etarras. De hecho, la mitad de los presos de ETA han cumplido aquí parte de sus condenas. Hablamos con testigos directos de aquello, testimonios que nunca se habían puesto frente a una cámara de televisión. Hoy, los dos últimos reclusos de la banda están a punto de dejar el penal.

En medio de La Mancha, en un páramo, se levantaba en 1978 la primera cárcel de máxima seguridad en España. En muchos kilómetros a la redonda no había prácticamente nada con lo cual era un emplazamiento bastante seguro alejado de los núcleos de población. Además, tenía la ventaja añadida de que las comunicaciones con Madrid eran buenas de cara a posibles viajes a la Audiencia Nacional.

Inaugurada en plena Transición, la prensa destacaba por entonces que el control de la prisión lo podría ejercer un único funcionario a través de un circuito cerrado de televisión y con la ayuda de un enorme computador. “Para humanizar el trato, para reformar las prisiones franquistas el Estado necesitaba una prisión dura y, en ese sentido, es donde entra Herrera de la mancha como cárcel de máxima seguridad”, explica Eduardo Parra. Este historiador hizo su tesis doctoral sobre esta supercarcel construida en apenas 14 meses. Costó 600 millones de pesetas y las posibilidades de fuga eran nulas.

La instalación se inaugura con presos comunes y de los GRAPO, pero pronto sus celdas se llenan de etarras. El primer miembro de ETA llega en 1983. Eduardo Parra comenta que la mitad de los internos de la banda han estado dentro de sus muros, incluidos los cabecillas. “Era visto como una especie de castigo, porque no dejaba de ser un encierro de presos a muchos kilómetros de distancia de sus residencias, pero por otro lado también suponía que el colectivo de presos de ETA estuviera concentrado y, por tanto, junto, y tuviera más fuerza”, resalta.

Tomás, funcionario de la prisión, detalla en la primera entrevista que concede a un medio de comunicación cómo las decisiones “las tomaban como organización y si tenías un problema con uno, con algún modulo, al final era un problema con todos. Era una tensión constante, no había ninguna relación; además, ellos no perdían nunca la oportunidad de decirte, ¡tú vas a ser el siguiente!”. Una cárcel de paso para otros funcionarios recién aprobada la oposición. Sin embargo, para él es su primer y único destino, pese al desasosiego y los motivos para caer. “No dejaban de ser presos de ETA y el problema te lo llevabas a casa. Intentabas no trasmitirlo a la familia ni nada, pero vamos, todos los días debajo de los coches mirando, mirando los trayectos en coche, rompiendo nuestras rutinas; es que estamos hablando de años en los que moría mucha gente”, subraya Tomás.

Joaquín, otro de sus compañeros, le escucha de cerca. Joaquín aún recuerda cómo celebraban -con euforia- cada atentado terrorista en los patios, frío y silencio en la piel. “Si había algún atentado con algún funcionario, siempre estábamos señalados y pasabas un poco de miedo en la intimidad porque lo que no querías era asustar a la familia y que te viera preocupado”, afirma. El episodio que Joaquín vivió de cerca durante muchos meses es cómo los presos “se quedaban en las celdas y no querían salir, y el continuo apaleamiento de las celdas como medida de protesta ante situaciones que ellos consideraban injustas que hacía el gobierno de la época”. Huelgas de desobediencia, de hambre o sonados motines que la prensa siguió de cerca.

Alfonso Castro era esos años el periodista de los dos principales diarios nacionales en la provincia de Ciudad Real. “En los años ochenta y noventa Herrera fue la cárcel en boga o de moda, como en los sesenta y setenta pudo ser Carabanchel repleta de presos antifranquistas o como en lo que llevamos de siglo la cárcel de Soto del Real repleta de políticos encausados por corrupción”, apunta.

Cuando llegaba la Navidad, en el área de influencia de la prisión se congregaban cientos de autobuses procedentes del País Vasco. Una peregrinación de los familiares y allegados de ETA convertida en auténtica marea humana. Manuel Ruiz Toribio -cámara de televisión en los ochenta- grabó varias de esas marchas convocadas por gestoras proamnistía. “Lo que intentaba la Guardia Civil de tráfico era separarlos. Ellos tenían un objetivo que era colapsar Madrid con todos los autobuses que venían a Manzanares. La manifestación era increíble porque traían camiones que eran escenarios, donde tocaban conocidos grupos de música vasca. Después de hacerse tantísimos kilómetros, pues debían tener algo de distracción”, apunta. Alfonso Castro recuerda que el conocido grupo de rock Negu Gorriak dio su primer concierto en la cárcel. “Ese era el aspecto lúdico, luego había otro aspecto más reivindicativo en la onda del soberanismo vasco más politizado en el que había mítines de los miembros de las gestoras”, comenta.

Manuel Ruiz Toribio explica que los manifestantes “traían unas emisoras que lo que hacían era interferir en la radio para dar mensajes a esos reclusos. Intentaban llegar lo más cerca de los muros de la cárcel y luego había un dispositivo policial enorme que era una especie de batalla que nunca se llegaba a entrar en una violencia extrema”. Tomás, recuerda que las primeras manifestaciones “las hicieron en el mismo muro de la prisión. Entonces, pasábamos nosotros y pasábamos entre medias de ellos, zarandeaban los vehículos. Tapabas la matrícula con un trozo de periódico. Con el tiempo las fueron retirando y las últimas casi fueron en manzanares”.

La última marcha se celebra en 1992, a partir de ahí Herrera de la Mancha poco a poco se vacía de presos de ETA. “El colectivo de presos tenía mucha fuerza dentro de la organización y disgregando a los presos por distintas cárceles del estado se pensaba que se podría separar a lo que se llamaba en ese momento de los duros de los blandos”, destaca Eduardo Parra. “Empezaron a dispersarlos por las distintas prisiones y a nosotros nos empezaron a llevar los presos de primer grado, es decir, los presos más conflictivos y problemáticos de España y esa fue la peor época de estar allí”, concluye Tomás, funcionario de la prisión. Distintas fuentes consultadas por Castilla-La Mancha Media (CMM) confirman que los presos Polo Escobes y San Pedro Blanco son los dos últimos etarras que permanecen en Herrera de La Mancha. Su traslado a cárceles próximas al País Vasco es inminente y supone un fin de etapa.

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