Por qué nos ha sorprendido la vacuna rusa Sputnik V

Sputnik V

Elena Labrado Calera
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Matilde Cañelles López y María Mercedes Jiménez Sarmiento, Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB - CSIC)

Estos días hemos asistido a la publicación en la prestigiosa revista The Lancet de los resultados del ensayo clínico de la vacuna rusa Sputnik V. Estos han causado gran revuelo, ya que posicionan a esta vacuna como una de las más prometedoras del mundo. Nos ha pillado de sorpresa. Aquí trataremos de analizar por qué este evento ha resultado tan inesperado en el mundo occidental.

Peculiaridades de la ciencia rusa

La ciencia actual rusa es heredera de la soviética y posee características peculiares. En la Unión Soviética, la ciencia era una de las actividades más prestigiosas. Los científicos estaban en la parte más alta de la pirámide social, eran muy respetados, poseían ciertos privilegios comparados con otras profesiones y se caracterizaban por su gran vocación y patriotismo.

Como nos cuenta el historiador Nikolai Krementsov en su imprescindible libro “Stalinist Science”, la ciencia soviética que se fraguó durante el estalinismo estaba muy enfocada hacia cuestiones prácticas y funcionaba como una herramienta en manos del Estado, con grandes Centros e Institutos muy jerarquizados, financiados y gestionados directamente por el Gobierno y controlados por el Partido Comunista.

En este ambiente, los científicos no necesitaban preocuparse por burocracias ni por publicar sus resultados en revistas internacionales. De este modo, el país tenía una élite intelectual formada por los mejores cerebros. Eran personas que dedicaban todos sus esfuerzos a construir modelos, obtener resultados y, en la esfera biomédica, a curar enfermedades. Publicar era secundario. Aunque mucho de esto ha cambiado desde que se disolvió la Unión Soviética, es lógico que queden inercias y contrastes con la ciencia del resto del mundo.

¿Dónde se ha desarrollado la vacuna?

El Instituto Gamaleya de Investigación en Epidemiología y Microbiología, donde se ha desarrollado la vacuna Sputnik V, se fundó de modo privado en 1891 y fue nacionalizado en 1919. La fecha de fundación (es uno de los centros de investigación más antiguos de Rusia) muestra la gran tradición de la epidemiología y la microbiología rusas. Actualmente se trata de la institución más importante del país en el ámbito de la epidemiología y cuenta con una sede en Moscú y nueve centros asociados. De él depende el Departamento de Enfermedades Infecciosas de la Primera Universidad Médica Estatal de Moscú, la más antigua e importante escuela de medicina del país.

El Instituto Gamaleya ha producido ya varias vacunas. Destacan una contra el ébola y otra contra el MERS, pero que no se llegaron a publicar en prensa internacional. La razón (aparte, quizá, de la inercia de la época soviética en la que no se publicaba tanto), fue que las dos epidemias acabaron bruscamente. Pero los científicos rusos acumularon importante experiencia que ahora les ha resultado muy útil.

¿En qué consiste la vacuna Sputnik V?

Se trata de una vacuna basada en un adenovirus, un tipo de virus que ya se utiliza en terapia génica y otras vacunas y que suele producir infecciones leves como el resfriado común. El material genético de este adenovirus se manipula para que no cause infección y para incluir la información de una de las proteínas del virus contra el que queremos proteger con la vacuna. Al introducirse este adenovirus modificado en las células, estas producen la proteína “extra”, en este caso la proteína S de SARS-CoV-2. El sistema inmune de la persona que ha sido vacunada reconoce esa proteína como extraña y la recordará. Si esa persona se infecta con el SARS-CoV-2, el sistema inmune destruirá los virus, impidiendo el desarrollo de la enfermedad (Figura 1).

Comparación de tres vacunas contra Covid-19 basadas en adenovirus. Diseño: Mercedes Jiménez incluyendo material previo de Nuria Campillo.

El problema es que nuestro sistema inmune también desarrolla anticuerpos contra los propios adenovirus, por lo que se suele administrar solo una dosis y la eficacia disminuye. Ya sabemos que una segunda dosis refuerza la respuesta inmune. De este tipo, “monodosis”, es la vacuna de Johnson & Johnson que será aprobada próximamente.

Para desarrollar la vacuna de AstraZeneca, a los investigadores de la Universidad de Oxford se les ocurrió utilizar un adenovirus de chimpancé con el fin de que el cuerpo humano no ataque al adenovirus. Por eso, de esta vacuna sí se ponen dos dosis.

Pues bien, los investigadores del Instituto Gamaleya tuvieron una idea distinta para poder administrar dos dosis de la vacuna: utilizar dos tipos distintos de adenovirus humanos, uno para cada dosis. El trabajo es doble, pero se pueden administrar dos dosis y, además, el adenovirus va a funcionar mejor al ser humano y no de chimpancé. Y, como ha ocurrido, la eficacia resulta muy alta, superior a cualquiera de las otras vacunas de adenovirus que tenemos hasta el momento.

La razón de la desconfianza

Entonces, ¿por qué hemos desconfiado todos hasta ahora de la vacuna rusa? Simplemente, porque nos faltaba información. Solo al publicarse los datos de la fase III de los ensayos clínicos hemos tenido toda la información en nuestra mano. Esa información, accesible para su revisión y discusión, marca el pistoletazo de salida para solicitar la autorización de los organismos reguladores y comenzar la campaña de vacunación. Sin embargo, en Rusia y en otros países están ya desde hace meses administrando la vacuna Sputnik V. Por eso precisamente en Occidente se desconfiaba: ¿cómo se puede vacunar sin saber si la vacuna es segura y eficaz? Y, además, desconocíamos que en Rusia se habían desarrollado anteriormente vacunas de características similares contra ébola y MERS.

Como ya alertábamos en un artículo anterior, parece ser que hemos pecado de suspicacia y que el problema con la vacuna rusa era falta de información, y no algún fallo intrínseco de la vacuna. El justificado escepticismo sale por la puerta si la buena ciencia entra por la ventana.

Este episodio, sin duda, servirá para devolver el respeto hacia una ciencia que en su momento sirvió de ejemplo al mundo con la carrera espacial, y que va camino de recuperar su prestigio internacional con esta vacuna de nombre tan apropiado para la ocasión.

Matilde Cañelles López, Investigadora Científica. Ciencia, Tecnología y Sociedad y María Mercedes Jiménez Sarmiento, Científica del CSIC. Bioquímica de Sistemas de la división bacteriana. Comunicadora científica, Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB - CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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