Reportaje: La soledad de Chernóbil, 35 años después del accidente

Imagen de una familia a la mesa en la zona de Chernóbil

Susana Palomo Gómez
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La imagen cotidiana de una familia sentada a la mesa o la de una habitación del hospital ucraniano de Ivankiv (Ucrania) sin aparato médico alguno son para Raúl Moreno retratos del olvido, la soledad y resiliencia de la población de los alrededores de Chernóbil. Este fotógrafo albaceteño es el autor de centenares de fotografías (entre ellas las que ilustran este reportaje) sobre las secuelas del que fue mayor desastre nuclear de nuestro planeta.

Este 26 de abril de 2021 se cumplen 35 años de la explosión. Ese día cambió la vida de millones de personas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, las zonas afectadas por la radiación. Ese día, también, el resto del mundo empezó a ver con recelo la energía nuclear.

Zona de exclusión y contaminada

Raúl Moreno lleva más de diez años retratando los efectos del accidente nuclear de Chernóbil. Un trabajo documental que se ha visto interrumpido por la pandemia. Hasta 2020, ha regresado casi cada año a la zona afectada para retratar la vida de los habitantes, marcados por la radiación. La mayoría vive fuera de los 30 kilómetros "prohibidos", los más cercanos al reactor que en 1985 saltó por los aires.

Fuera de la llamada "mancha", explica el castellanomanchego a CMM, "sigue viviendo gente en la zona de exclusión (a 30 km de diámetro de la zona cero) y, en menor medida, en la contaminada (varios miles de kilómetros de Chernóbil).

Son personas pobres, de pocos recursos económicos, con sus huertos y animales". Una economía doméstica, de autoconsumo, dependiente de "productos contaminados".

"Al principio, me interesaba la historia de los liquidadores de Chernóbil, de la ciudad de Prípiat, encargados de limpiar la zona del accidente. Pero después, cambié mi mirada hacia los alimentos", "las raíces absorben los isótopos radiactivos, cesio-137, estroncio-90, que se van acumulando en el cuerpo de algunas personas".

De afectada a voluntaria de una ONG

Sveta Shmagaillo es de Orane (Ucrania), a 35 kilómetros de Chernóbil y a cinco de la llamada zona de exclusión. Tenía 12 años cuando sucedió el accidente y 35 años después es voluntaria de una ONG vasca que ofrece a familias españolas acoger en verano a niños ucranianos.

Unas cuantas semanas "les sirven para bajar a cero los niveles de radioactividad de su organismo, y que acumulan a lo largo de su vida", asegura Sveta. Un retiro de mes y medio a una zona "limpia" que los primeros años tras el accidente los niños hacían en colonias de Ucrania. Sin embargo, "antes de 2010 estos programas del Gobierno desaparecieron", al igual que las revisiones médicas y las ayudas a los afectados.

"Algunas personas sufren problemas de huesos, de sangre, de debilidad... los más graves leucemia y cáncer"

Polina (15 años) vive al sur de Bielorrusia, en la región de Gomel. Un área muy contaminada. Su madre nació el año del accidente de Chernóbil y dejó a Polina en un orfanato. Una familia la adoptó tras perder a su hija, que curiosamente también se llamaba Polina. La que ven en la foto es una niña feliz y totalmente autónoma pese sus evidentes malformaciones.

"El gobierno dejó de vigilar nuestra salud"

Como el coronavirus, para los habitantes de la zona cercana a Chernóbil, el enemigo es invisible y no siempre tiene los mismos efectos sobre la población. Algunos viven años y otros mueren, de repente, de un ataque al corazón. ¿Una vida más que se ha cobrado Chernóbil? No se sabe, porque la mayoría no tiene acceso a la atención sanitaria.

"El Gobierno ucraniano dejó de vigilar nuestra salud", se queja la maestra de Orane que denuncia el olvido de su gobierno "porque todos los accidentes terminan, pero éste [...] no sabemos los resultados que va a tener", lamenta.

No tiene la certeza de que todas las enfermedades leves o graves de sus vecinos estén relacionadas con el accidente nuclear, pero sí la seguridad de que la población no tiene alternativa.

"No hay seguros médicos y con los años, la salud ha ido a peor. Tenemos muchas enfermedades".

Los que tienen acceso a médicos les recomiendan no comer setas, muy contaminadas y consumir abundante pescado, rico en yodo, pero el de mar no se lo pueden permitir así que consumen el que se cría en agua contaminada. Ocurre lo mismo con la carne de caza, de animales que viven en la zona de exclusión.

Un peligro invisible

Chernóbil ha dejado muchas secuelas físicas y mentales. Las madres temen alumbrar hijos con problemas. La población, consciente de los peligros de consumir sus alimentos, sigue poniéndolos sobre sus mesas porque son "tan pobres que no tienen otra opción".

"He sobrevivido a los nazis, qué me importa la radiación que no veo", le contó una anciana al fotoperiodista.

El peligro es invisible. Raúl Moreno ha tratado de plasmarlo con sus fotografías (ha recopilado su trabajo en Chernóbil en un libro de fotografía), pero no siempre es posible: La comida "natural, sin pesticidas, tiene un aspecto normal. Pero el veneno está dentro, no se ve".

Por segundo año consecutivo y a causa de la pandemia, los niños ucranianos no saldrán de sus aldeas. Pero ni voluntarias como Sveta Shmagaillo, ni fotógrafos como Raúl Moreno, ni las familias españolas que les acogen, les olvidan. Siguen enviando dinero para que puedan comprar alimentos y material escolar. Todo, mientras se espera que se conozca, con el paso del tiempo, las consecuencias del accidente nuclear de Chernóbil.

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